lunes, 22 de julio de 2013

Triatlón desde dentro: Sierra Nevada Corto por Manuel Castro.

Por fin llega la primera entrega de TRIATLÓN DESDE DENTRO, con las crónicas de nuestros triatletas en sus pruebas. El Equipo Irontriath lo formáis todos. Tras disputar grandes y duros trazados como el triatlón cross de Xterra de Cieza, nuestro triatleta Manuel Castro tampoco iba a faltar a su cita con el triatlón en el Triatlón Corto de Sierra Nevada sobre distancia olímpica. Disfrutemos de su crónica y vivamos la carrera desde la vista de Manuel, que nos deja varias reflexiones muy interesantes.

"Un Triatlón irrepetible."

Me levanto a eso de las 6:30 de la mañana, con toda la familia dormida en el estudio e intentando no hacer ruido en el desayuno improvisado el día anterior por mi esposa, el cual me tomo a caballo entre la minicocina y el cuarto de baño. El ritual de la ducha mañanera lo obvio a tenor de la temperatura del agua, que no sube, a pesar de los minutos que la he dejado correr. Mi conciencia ecologista me pide detener el derroche acuático y me conformo con un lavado de cara clarificador de ideas.
Vuelvo a comprobar la presencia de todo el material, acordándome entonces de lo jodido que es la preparación del triatlón para la clase de los despistados, entre los que me encuentro. Ya el día anterior me había dado cuenta de una ausencia, la del botellín de la bici y de la correspondiente bebida isotónica. Ambas fueron subsanables, gracias, en el primer caso, a Alfonso Garrido.
Encaro la bajada hacia la T1 escasamente abrigado, lo cual me hace echar de menos alguna chaquetilla, por lo que reduzco la velocidad, no sólo por mi habitual prudencia sino también por el rigor mañanero de la altitud. Llego a las 7:30 con tiempo suficiente para contemplar el ritual propio y ajeno de la preparación del material en la zona de boxes, así como para ser de los primeros en remojarse nadando y …. en padecer el frío del cuerpo húmedo, ya previamente destemplado con la bajada de 20 km en bici. Observo la belleza del embalse, que según me cuenta un amigo que entiende, es de los de planta más alta de Europa. 




Encaro la natación con mi escepticismo habitual, me sitúo en la retaguardia, sabedor de que, de lo contrario, seré sobrepasado constantemente por otros, la mayoría, más avezados en esto del agua. Voy pensando que lo de nadar en agua dulce podrá tener el inconveniente de la menor flotabilidad, pero que lo compensa sobremanera el hecho de que no haya otras olas que las causadas por los nadadores, y también lo hace la circunstancia de que el agua que tragas (porque eso siempre ocurre), al menos no es salada.
No se presentan mis habituales problemas de orientación en el mar, ayudado de mis nuevas gafas de lente polarizada, y consigo identificar bien las boyas en el horizonte. Alcanzo la llegada sin problemas, salvo algún que otro achuchón o patada en la travesía y poco más; 35 minutos en total, registro mediocre habitual, el suficiente para no salir de los últimísimos.
El kilómetro de transición hasta la T1 se me hace bastante duro, obligándome a andar en varias ocasiones para subir las rampas del 10%. Saludo a un conocido. Pasamos por un túnel excavado en la roca que nos conduce a la zona de boxes. Vamos los corredores entre familiares y amigos, los cuales dan ánimo a los sufridos triatletas. Y pienso mientras tanto, ¡qué bueno es que se genere cultura deportiva entre los asistentes, sobre todo entre los más jóvenes! No se puede dudar de la sinceridad de su grito de ánimo. Por cierto, uno de natural tímido no sabe que responder. Opto por levantar el dedo pulgar, lo que me recuerda a los gestos de una de mis hijas cuando le preguntas si está todo bien.
La zona de transición para coger la bici se encuentra enclavada en las instalaciones de la Confederación Hidrográfica, precioso lugar. Según leo, el embalse data de 1988, el año que llegué a estudiar a Granada, hace tres días según se mire. Encaramos un repecho para acceder a la carretera de la Sierra, por la cual descenderemos hasta Cenes de la Vega. “¿No era yo más fuerte en la bici?”, me pregunto, mientras soy adelantado tanto en el descenso (lógico, por otros más lanzados, en el doble sentido de la palabra) pero también en el ascenso previo a la carretera (lo que hace que me preocupe acerca de mi estado de forma). Ello confirma mis temores de que venía muy cansado a la prueba.


Empiezo a hidratarme y alimentarme, teniendo cuidado de dejar los envases vacíos en el bolsillo correspondiente del mono, pues odio la estampa de los envases tirados en el arcén. Llegamos a Cenes de la Vega, y enfilamos una zona de falso llano y luego subida a Güéjar-Sierra, durante la cual me da tiempo a intercambiar impresiones con un par de corredores de mi quinta acerca de las rampas que nos esperan una vez pasados los túneles. Estamos en territorio del enemigo, es decir, del automovilista incívico e impaciente, al que no detiene ni siquiera la obvia presencia de una prueba deportiva. Pero bueno, eso es harina de otro costal; sigamos con la prueba (ayer) y con el relato (hoy). Bajamos la zona de Maitena con la seguridad (más bien certeza) de lo que nos espera tras los túneles, debido a mi previa experiencia en la Sierra Nevada Límite dos semanas antes.
Se presenta la hora de la verdad: dice www.altimetrias.net que “solo son repechos del 14”; mi GPS y mis sensaciones de sufrimiento lo desmienten. Son tres kilómetros con apenas algún descanso. Menos mal que, aunque tarde, le hice caso a un amigo y finalmente cambié el desarrollo y puse un 31 atrás. Voy desahogado en comparación con la Sierra Nevada Límite, con cadencia elevada como a mí me gusta, aunque siendo adelantado por algunos corredores (¿no habíamos quedado que la bici era mi fuerte o, más bien, punto menos débil?). Da igual, pienso, “paciencia y a reservar energías”. Me encuentro con alguna que otra ciclista y pienso, “lo que me gusta el deporte femenino”, por deporte y por femenino. Y es que en esos momentos de sufrimiento, hay que encontrar la motivación de cualquier modo.
Llegados al Dornajo, en teoría la cosa se relaja; error: la subida, más suave, se hace interminable. Es el componente psicológico de toda prueba. Las rampas se han suavizado, pero el paisaje ha cambiado. La percepción subjetiva de dureza no va en consonancia con los datos objetivos de porcentajes y kilometraje. Son 6 km sin ver el final: se hace tediosa entre gritos de ánimo del personal voluntario, de familiares apostados en las cunetas, de pasajeros de coches sorprendidos, quizás, por la estampa.
Avizoro Pradollano en el horizonte; por fin llegados a la última curva, un militar del Ejército del Aire se dirige a nosotros diciendo que “los últimos serán los primeros en el reino de los cielos”, lo cual nos orienta sobre nuestra posición en la carrera, que yo no creí tan rezagada en el momento. Llego a la T2 y una persona de la organización me ayuda gentilmente a colocar mi bici, pues han llegado tantos ya, que apenas hay espacio para las que quedan. De todos modos, a estas alturas no me importa “perder” tiempo en atarme bien los cordones (los elásticos de triatleta los reservé para las zapas de la primera transición) y en asegurarme que dejo todo el material, aunque por poco empiezo a correr con el casco puesto, lo cual no se si irá contra el reglamento. A otro participante que pulula por ahí, que parece querer ganar la carrera, parece que sí le importa mucho el tiempo invertido, pues reprende a la persona que me ayudó que no lo haga con mayor rapidez, pues ante la respuesta de “enseguida voy” le replica que “sí, pero el cronómetro no se detiene”. En fin, hay gente “pa tó”. Me equivoco en la salida, lo cual me haría, a juzgar por el triatleta que he mencionado, perder unos segundos preciosos. Empiezo a subir una escalera y me paro en el avituallamiento para digerir un gel pastoso a más no poder. Lo acompaño de un trago de agua Lanjarón, desaprovechando el resto (alguna forma ha de inventarse para evitar semejante despilfarro, siempre que voy a una carrera lo pienso). Empiezo a correr; me siento bien. La verdad es que estaba deseando dejar la bici. Y eso que no entreno la carrera hace dos semanas. Al final, la bici no va a ser mi punto menos débil.

Me adelanta entonces María, a la que rebaso a continuación. Intuyendo nuestra similitud de ritmo de carrera y edad quizás, le pregunto por “¿cómo vas?” para intentar “hacer amistades”. Me contesta con un escueto y elocuente “voy” entre jadeos, que yo interpreté como signos de agotamiento, pero que, como luego comprobé, era parte de su estilo personal. En ese momento, me pongo a su altura, creyendo que le hacía un favor, cuando en realidad es ella la que me lo hace a mí, pues me impide en ese momento cebarme en la subida, que es lo que me suele pasar cuando voy solo. Además, su conocimiento del recorrido me guió durante los 10 km. Somos sobrepasados por algunos corredores, pero merced a nuestra regularidad, son los mismos a los que posteriormente adelantamos nosotros. De camino, a la salida de la urbanización, no arengan a lo lejos “¡arriba la juventud!”. Le comento a mi compañera ocasional que creo que vale la pena cometer la locura de correr una prueba tan dura, aunque sólo sea para que te alguien te diga joven, a tus 43 años. Me indica María el punto final de la ascensión, que se divisa en el horizonte, indicándome que es una de esas “casas”, quizás ignorando ella que estoy familiarizado con la estación de esquí y que soy conocedor de que es la instalación de un remonte. En ese momento, intento mostrarme experto, contestando, “sí, justo antes de la Guardia Civil”. Como me puede la curiosidad y, por qué no decirlo, mi orgullo masculino, no me resisto a conocer la edad de mi compañera de fatigas, y le pregunto sutilmente “a qué grupo de edad pertenece”, intentando así no herir susceptibilidades. Me contesta por la directa: que ya tiene 40, a lo que respondo que “yo estoy peor, 43”. Esos tres años de diferencia a su favor no impiden que me pregunte como una persona del otro sexo, con figura mucho menos estilizada que un engreído deportista de 1.80 y 80 kilos como yo, consiga situarse a mi mismo nivel, aunque sea con respiración jadeante.
Llegados a la zona de descenso, me doy cuenta del error de haber reservado las zapatillas de trail para la primera transición, pues el mismo se hace peligroso, aunque me sigo sintiendo cómodo, quizás por haber reservado en la primera parte. No paro de cantar los puntos kilométricos a la compa de fatigas y de advertirle de los obstáculos más evidentes presentes a lo largo del trayecto, detalles que no se si son apreciados por ella.

Estamos llegando, por lo que mi GPS me hace dudar sobre si en realidad el recorrido lo componen 10 km o no. Finalmente fueron 9. Pasamos por debajo del telecabina. Según mis cálculos, mi familia debe estar a punto de llegar, si se cumple la habitual diligencia de mi esposa, Loles Salmerón. Ya les dije que llegaría entre la 1 y las 2. Clavado en ambos aspectos, pues llego, llegamos, a las 13:30, cuando apenas llevan 5 minutos de espera en la meta. Item más, en su vuelo por las alturas del telecabina, han pasado justo cuando yo corría y les ha dado tiempo a captar una foto de mi carrera.
Antes he tenido que acelerar para coger a María, que se me había escapado. Entramos a lo Hinault y Lemon en la meta. Mi familia me ha hecho fotos entrando en meta, que más tarde me servirán como prueba, cuando aparezco por la noche como “retirado” en la clasificación. Llego contento a la meta, tanto por la presencia de mis familiares, como por saber que se lo han pasado tan bien en su excursión a la Laguna de las Yeguas, como yo en la carrera. Nos hacemos otras fotos de rigor.


Pienso entonces que una de las cosas que más me gusta de este deporte es la reverencia por el “finisher”, con medalla incluida; también la mentalidad de que lo importante es llegar, si me apuras participar, y que la competitividad, por lo general, es de las bien entendidas, y que muchas veces se circunscribe a la lucha contra el relog biológico, como en mi caso. Llegados a casa, consulto mis tiempos, cuando finalmente se subsana con diligencia la incidencia por la cual no aparecía en la clasificación. He hecho mejor carrera que bici y, como siempre peor natación que ambas.
Estar ahí ya es un éxito. Si hace tres años, cuando no tenía tiempo ni fuerzas para irme a correr media hora semanal y tan sólo practicaba el “levantamiento de niños”, el “biberoning” y el “pañaling”, me cuentan que ahora estoy haciendo triatlones, y de los duros, y pensando en distancias que suenan a hierro en inglés, no me lo hubiera creído. Es lo que tienen la disciplina, la dedicación y el amor al deporte. Suplen la falta de unas buenas cualidades innatas.



domingo, 14 de julio de 2013

III Travesía Memorial Tomás García Zamudio

Con motivo del memorial al padre de la natación malagueña se reunían casi 500 nadadores de todas las condiciones en la Playa de la Malagueta para disputar las 3 travesías que conformaban el memorial. A la habitual de 1200m cruzando la bahía de la Malagueta, se le sumaban una larga de 2500m a ida y vuelta y la infantil de 500m.



Era la travesía larga la encargada de dar el pistoletazo de salida a la jornada de natación con 189 participantes que acabaron la prueba. Entre ellos estaban Ignacio González padre e hijo, Rubén Bravo o Manuel de Castro. Nacho pudo ser 10º general y 8º masculino entre muchos nadadores puros. Gonzalo Rodríguez sería el vencedor absoluto y Marina de la Torre la primera mujer, ambos del Real Club Mediterráneo, que copó los podios de todas las categorías.


Una hora y media después salían desde el otro extremo de la playa 200 nadadores para cruzar los 1200m de la travesía popular. Era nuestro triatleta Alberto González, que lleva una temporada sencillamente perfecta, el primero en pisar la alfombra para proclamarse vencedor absoluto de esta prestigiosa prueba. Poco después lo haría Ana Carvajal, siendo 8ª de la general y 2ª fémina. Luego lo harían el resto de mortales: Kicke Cabello, Álvaro Ruiz o Francisco Carballo entre otros.


Un placer poder disfrutar de un día de deporte y buen ambiente en el verano malagueño y en una de sus playas más emblemáticas para ver el apoyo que tiene en nuestra ciudad.

¡Seguiremos en remojo todo el verano!